La preocupación nos hace sentir inquietos generando negatividad, ansiedad y miedo. Nos dificulta poder ocuparnos de aquello que debemos solucionar.
En muchas ocasiones solemos pensar, aunque resulte paradójico, que desde el estado de preocupación podamos encontrar soluciones eficaces. El miedo hace que nos bloqueemos y que no seamos capaces de ver las distintas alternativas.
Muchas personas consideran que preocuparse es totalmente normal, sin plantearse la posibilidad de que pueda haber otra opción. En este punto es importante trabajar la diferencia entre preocuparse y ocuparse.
Preocuparnos por algo significa rumiar, nuestra cabeza le da vueltas a lo mismo una y otra vez. Nuestro foco de atención se queda enganchado en un elemento que nos produce malestar. Nuestro pensamiento queda atrapado en bucle, nos cuesta tomar iniciativas que puedan servir para descargar el estrés acumulado, y esto a su vez hace que no encontremos distracciones en las que poder concentrarnos. Preocuparnos supone un gran gasto enérgico para un resultado que, finalmente, no es nada satisfactorio.
Ocuparnos implica pasar a la acción. Tras analizar las posibles soluciones, escogemos y nos ponemos manos a la obra. Decidimos actuar. Cuidamos de algo o de alguien y trabajamos por ello con confianza. Invertimos nuestra energía en tratar de revertir la situación que nos genera malestar.
Muchas personas piensan que dejar de preocuparse es imposible, que se trata de un mecanismo que queda fuera de su control. No obstante, lo cierto es que no es así.
La preocupación es un proceso de pensamiento complejo, y aunque puede parecerte incontrolable, no es el caso. Esto lo habrás podido comprobar en ocasiones en las que te has distraído de la preocupación porque ha ocurrido algo que demandaba tu atención. Para explorar más sobre la preocupación me gustaría que intentaras lo siguiente:
Cuando te des cuenta de que te estás preocupando, si ves que no puedes hacer nada para cambiar la situación, si ves que no es algo de lo que te puedas ocupar, pospón tu preocupación diciéndote a ti mismo que ya te darás tiempo para preocuparte más tarde
Escoge un momento del día en el que te concedas 15 minutos para preocuparte
Cuando llegue ese momento, sólo si lo ves necesario, preocúpate durante 15 minutos
Seguramente, tras una semana realizando el ejercicio te darás cuenta de que has tenido éxito en posponer la preocupación sin hacer uso del periodo especificado, lo que contradice la creencia de incontrolabilidad.
¿Qué pasaría si en lugar de preocuparnos aprendiéramos a ocuparnos?
Ahora que conocemos esto, ¿Recorremos junt@s el camino hacia el bienestar?